31 mar 2009

(Opinión) Antifascismo: De la marginalidad al movimiento de masas

Nosotros partimos de la definición clásica del fascismo que dio la Internacional Comunista dirigida por G. Dimitrov en 1935: el fascismo es la “dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero.” El VII Congreso de la Internacional Comunista, en esa fecha, añadió además que “el fascismo es la guerra”.

De estas dos definiciones la principal conclusión que se extrajo fue la del “frente único, establecer la unidad de los obreros en cada empresa, en cada barrio, en cada región, en cada país, en el mundo entero.”

De esta manera podemos obtener un marco políticamente claro para un movimiento antifascista eficaz y amplio en la medida de lo posible, dando solución a muchos de los problemas de nuestro movimiento, que son los siguientes:

- Falta de unidad

- Falta de objetivos claros

- Escasa participación de las masas

- Marginalidad, propia e inducida

Es preciso asumir que el antifascismo debe poder acoger diversas tendencias ideológicas y políticas sin que éstas se canibalicen entre sí, y sin que los diversos agrupamientos político-sociales compitan entre sí por la “hegemonía”, el “protagonismo” u otros fines particulares.

No es en el seno del movimiento antifascista, como no lo sería en el seno de un movimiento democrático general, donde vamos a resolver todo aquello que nos separa a unos de otros. Lo principal es que la organización sea eficaz, no sea pesada ni costosa (en términos de esfuerzo y otros) para todos.

Cada cual debe aportar lo que su conocimiento y capacidades le permitan. Habrá quien se incline por organizar charlas, otros conciertos, y otros prefieran manifestarse en el fútbol o por Internet, o publicar folletos o fanzines. Sería bueno combinar todo ello. También hay que evitar a toda costa personalismos que inevitablemente surgen de un movimiento pequeño donde “nos conocemos todos”. Y al mismo tiempo es censurable la actitud de “aprovecharse del trabajo de otros sin hacer nada”. Debemos además tratarnos con el mínimo respeto elemental y no fomentar habladurías o inquinas entre la gente.

En este punto sería oportuno llegar a un entendimiento claro, común, acerca de la naturaleza del fascismo (como la hemos señalado antes), y a distinguir lo que constituyen políticas, actitudes y movimientos fascistas, de una situación de fascismo real, confusión ésta demasiado habitual a nuestro juicio y que conduce a errores fruto de la unilateralidad del análisis.

Del mismo modo hay que entender que el fascismo no es una pura política de poder, un “autoritarismo” o “autocracia”. El fascismo es antidemocrático y agrede a la libertad y la paz porque es la avanzadilla del imperialismo, es decir, la raíz del fascismo es económica, y el fascismo surge por esa causa. En este sentido la oposición al fascismo no tiene que estar definida por motivos de tipo puramente “político” o “cultural”, y menos aún “grupal”. Es un aspecto de la lucha de clases.

Habrá sectores en un movimiento antifascista amplio, que no asuman ni siquiera esto, al menos abiertamente. No obstante, creemos que lo que acabamos de señalar abre la vía a que dichos sectores, incluso burgueses, afectados en sus intereses profundos, económicos, se vean obligados a apoyar el antifascismo.

La falta de objetivos claros se refiere a la del movimiento antifascista como tal, no a cada uno de sus integrantes. Nosotros tenemos unos objetivos igual que los tienen otros grupos. Pero aquí hablamos de objetivos comunes, unitarios. En este sentido, es posible que el “antifascismo” a secas sea insuficiente, como actitud “anti”, que, se quiera o no, se ve obligada en gran parte a ir a la zaga… del fascismo. En el estado actual del movimiento, que siendo realistas, es muy bajo y minoritario, un objetivo común importante podría ser su extensión entre más sectores y personas, que podrán ser trabajadores/as o bien estudiantes o intelectuales, y de distintas tendencias políticas, de izquierdas generalmente, demócratas (en el pleno sentido de la palabra), nacionalistas o no…

Hasta ahora podría decirse que el movimiento antifascista se centra en mantener una especie de “sistema de alerta” (muy necesario) para responder a movimientos de los fascistas, como manifestaciones o actos suyos, o en realizar algunos actos de concienciación (igualmente necesarios). Habría que dar pasos un poco más allá y empezar a forzar más a otros sectores a formar parte de este movimiento, por supuesto con todo el cuidado del mundo en que no pase la burguesía a controlarlo ni mucho menos.

Con lo anterior está ligada la escasa participación de las masas en el movimiento. Sabemos bien por experiencia, que los que estamos implicados en política, en los movimientos sociales, etc., tendemos a pensar que “nuestro mundo” es muy amplio, aunque observamos que nuestro seguimiento más bien es poco, que las masas no están en “efervescencia” en todos aquellos temas que a nosotros nos interesan, y que nuestras propias organizaciones son muy pequeñas, etc. Por supuesto que nuestro análisis no parte de estas constataciones superficiales (pero reales). Lo que ocurre es que estamos muy lejos de “romper el círculo mediático”, que no dominamos ciertas técnicas de propaganda o “marketing” (si se puede decir así), y que descuidamos un aspecto esencial: los vínculos con las amplias masas de trabajadores. Estos vínculos no se forman de la nada ni rápidamente. Es un largo trabajo de muchos años y que requiere mucho tacto y cierta dedicación. Creemos que es un trabajo que puede hacerse sin sufrir por ello un stress constante (a las masas suele molestarles que se les venga siempre con “política”, “con lo mismo”…). Muchas veces será mejor no agobiar a nadie con disertaciones o comentarios a salto de mata aprovechando cualquier oportunidad, y en cambio “acompañar a las masas” en su experiencia cotidiana de lucha común y corriente. Debemos hacer un esfuerzo en relacionar el antifascismo con estas luchas, con la lucha por una democracia real, etc.

Por último, como es evidente, la marginalidad de nuestro movimiento viene impuesta tanto por la escasa participación de masas en él, como por la propaganda de los medios burgueses que insiste en este aspecto, pero también quizá por nuestra propia actitud ante otros sectores y ante las masas. Habría que aprender a manejar un poco estas cuestiones, y cuidar más las formas, sobre todo a nivel de expresión e incluso estético. Hay que subrayar que no estamos hablando de la cuestión de la “violencia”. No nos metemos con la estética ni la personalidad de nadie, pero nuestra experiencia es que el énfasis en el aspecto estético es contraproducente. Es mejor “mimetizarse” y por tanto, poder actuar en cualquier lugar, “ir a todas las clases” como decía Lenin. En nuestra opinión no es correcto encerrarse en cierto tipo de entornos o ambientes, entre otras cosas porque ello da lugar a una visión unilateral. Ocurre algo similar en parte con el uso de las consignas. Si bien es preciso mostrar la mayor firmeza y determinación en la lucha contra el fascismo, no por ello toda consigna incendiaria es correcta, y menos aún siempre y en todo lugar. Todo lo aquí dicho nos lleva a “normalizar” el movimiento antifascista.

En efecto, “normalizar” este movimiento supone ampliar su base, sus apoyos, la eficacia de su actividad. No hay que olvidar que junto al fascismo más evidente, el de los grupúsculos nazifascistas de lumpens e hijos de papá (junto con algunos ricos empresarios), existe el fascismo ordinario. Igualmente debe existir el antifascismo ordinario, pero no difuso y pasivo, sino claro y activo.

¿Será difícil llevar a cabo todo lo que proponemos? Seguramente. En todo caso, creemos que estaremos de acuerdo en que el movimiento antifascista no puede permanecer siempre donde está, aunque sólo sea porque, si el fascismo crece y se desarrolla, nosotros quedaremos atrás y seremos fácilmente aplastados, peligro éste mucho más real de lo que muchos parecen creer. De ahí la necesidad, para nosotros, de pasar de la marginalidad al movimiento de masas.


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