9 oct 2013

La ultraderecha francesa se lanza al poder en la cresta de la crisis y la decepción.

En Francia, el Frente Nacional, calificado de extrema derecha, ha obtenido por primera vez una victoria aplastante en la primera vuelta de unas elecciones cantonales celebradas en Brignoles, una comuna de la región de Provenza. 
 
 
La crisis económica y la desilusión por los partidos tradicionales impulsan a la extrema derecha francesa en las urnas.

En Francia, el Frente Nacional, calificado de extrema derecha, ha obtenido por primera vez una victoria aplastante en la primera vuelta de unas elecciones cantonales celebradas en Brignoles, una comuna de la región de Provenza.

Marine Le Pen, la hija del tradicional caudillo del FN, Jean-Marie Le Pen, heredó de su padre una formación, considerada racista, xenófoba, nacionalista y, por tanto, anti-Unión Europea.

Sin embargo, en pocos meses, la heredera del « ogro » histórico de la política francesa, ha conseguido lavar la fachada del partido y, como dicen en su país, «desdiabolizarlo».

Los politólogos atribuyen el éxito de Marine Le Pen a varios factores, entre los que destacan los efectos de la crisis económica mundial en la segunda economía europea.

Se trata ante todo de la galopante desindustrialización, el aumento del paro obrero y la pauperización de las clases medias.

Los sectores más afectados por la situación económica y social ya no confían ciegamente en la izquierda socialdemócrata del PSF o en sus aliados ocasionales del Partido Comunista. El voto desesperado va a parar progresivamente al Frente Nacional, que ha conseguido convertirse en el refugio de los «indignados» con las políticas de los sucesivos gobiernos de izquierda o conservadores.

El Partido Socialista (PSF), en el poder, y su rival de centro-derecha, Unión para un Movimiento Popular (UMP), no solo no consiguen detener el aumento de apoyo popular al FN, sino que libran toda una batalla de descalificaciones para reprocharse la culpa por el ascenso de un voto que ellos consideran «extremista».

Marine Le Pen ha sabido también explotar los miedos a la inmigración, en aumento, a la delincuencia creciente y a un sistema judicial considerado por los círculos conservadores más cercano al infractor de la ley que a las víctimas.

Se dirá que se trata simplemente de una elección cantonal, que la asistencia a las urnas no llegó al 40 por ciento de la población, se buscarán todas las justificaciones posibles, pero no se puede ocultar ya la imparable ascensión de un partido hasta poco considerado no apto al juego democrático.

De lo que no cabe duda es que el temido fantasma que impide dormir a los partidos tradicionales del establishment francés, el Frente Nacional, ha dado un paso más para reencarnarse en una realidad política con la que hay que contar y contra la que insultos o descalificaciones ya no consiguen sino hacerla más fuerte.

En pocos meses, Francia celebrará elecciones locales, regionales y europeas, un maratón electoral en que el FN piensa dar el salto definitivo para convertirse en una fuerza política respetable gracias al peso de las urnas.